La historia es la narración –presuntamente objetiva– que intenta reconstruir lo mejor posible una situación pasada. Se nutre de una metodología y un anhelo de querer llegar a la verdad.
Por
Alberto Requena.
29 octubre, 2024.
Publicado en
El Peruano, 26 de octubre de 2024.
Ya han pasado varias semanas del fallecimiento de un expresidente de la República del Perú; sin embargo, los ánimos sobre las posturas que cada peruano tiene sobre la vida de este personaje son muy variados. Hay quienes lo ven como a un héroe que derrotó al terrorismo; y otros lo señalan como un vulnerador de los derechos humanos. Intentar ponerse de acuerdo, a todas luces, es imposible.
Cualquiera que manifieste una posición a favor o en contra no encontrará respaldo público, solo lo hallará en la intimidad de quienes piensen como uno. Pero, ¿es posible llegar a un consenso general y armónico sobre el legado de un personaje histórico?
Hagamos un ejercicio. Existe la alta posibilidad de que usted esté pensando en dejar de leer estas líneas en función de lo que escriba a continuación; de si percibe que voy a decir cosas buenas o malas del personaje aludido, o de si no tomaré alguna postura concreta. Seguro que ya está pensando comentar que he dicho un disparate o, por el contrario, si coincido con usted, alabará lo que escribo.
Cada segundo que pasa, amable lector, usted necesita saber de qué lado estoy: del suyo o en su contra. Así de complejo es el asunto. Por ello, se suele decir que este tipo de personajes necesitan ser revisados con el tiempo. Hace falta distancia para evaluar con perspectiva sus decisiones. ¿Esto realmente es así? ¿No podemos juzgar inmediatamente –con criterio– las acciones de los personajes públicos que han sido protagonistas de nuestra historia?
Existe una expresión muy popular que dice así: “¡La historia le (lo, la, nos…) juzgará!” Esta se utiliza por la persona que siente que ya no tiene más argumentos que pueda esbozar para defender a alguien. Usualmente, se manifiesta en entornos de coyunturas políticas, como cuando vemos a congresistas justificando al presidente de turno o cuando una hinchada de fútbol se expresa de tal o cual futbolista que acaba de perder un gol. Lo cierto es que esta frase es una exageración y, por decirlo menos, es una manera educada de bajar los ánimos de un momento abrasador.
Debemos recordar que la historia no juzga y esto es así porque la ciencia histórica no es un sujeto consciente. Quienes lo pueden hacer son los historiadores, que se dedican a reflexionar sobre el pasado. A pesar de ello, hay un precepto fundamental de estos profesionales que consiste en no juzgar el pasado, sino intentar armar el rompecabezas para comprenderlo. ¿Esto significa que los historiadores no “sirven” para dar juicios de valor objetivos e imparciales? La respuesta es, en principio, no. La historia nos ofrece un abanico de informaciones. El historiador (claro está) podrá tener una posición sobre cualquier personaje y dependerá de su honestidad decir cabalmente si ha expresado implícita o explícitamente alguna posición al respecto en algunos de sus libros o entrevistas. ¡Cuidado con la trampa de la objetividad histórica! En lo particular, prefiero hablar de la honestidad de los historiadores.
Entonces, ¿a quién o a qué acudir si deseamos tener un juicio de valor sobre un personaje histórico? ¿Cómo llegar a estar seguro de que lo que pensaré es lo más adecuado sobre las acciones que tomó en su vida? De momento, solo les podré brindar dos consejos.
Por un lado, no confundamos la memoria con la historia. En apariencia son lo mismo; sin embargo, la primera se nutre de experiencias personales y recuerdos; es la forma como una persona ha interiorizado una vivencia. Por su parte, la historia es la narración –presuntamente objetiva– que intenta reconstruir lo mejor posible una situación pasada. Se nutre de una metodología y un anhelo de querer llegar a la verdad. Más de las veces, sin embargo, la memoria no coincide con la historia. La primera es recuerdo, la segunda es narración.
El segundo consejo yace en distinguir el papel de los historiadores, la ciencia histórica y las opiniones personales. Los primeros buscan comprender el pasado para dar luces sobre el presente. Su herramienta es la ciencia del pasado (es decir, la historia). Por otro lado, se encuentran nuestras opiniones personales, que pueden tener mayor o menor formación. Esto dependerá del tipo de lecturas o autores que hayamos estudiado. La cantidad de información tampoco garantiza el éxito de tener una mirada crítica y aguda. La acción de juzgar los actos morales de los demás es una tarea inmensamente delicada, y si son de personajes de nuestro pasado, la tarea sea hace más compleja. Pero, en cualquier caso, la historia no juzga a nadie.